Capítulo 3:
El emperador seleccionó personalmente a los cuatro héroes.
El duque Debron Astorf, un maestro espadachín; el joven marqués Leonif Kaitz, su segundo al mando; Lucen Clayal, el segundo hijo de un muy destacado arquero; y Feriel Tevious, un poderoso hechicero que también fungía como guía. Todos ellos poseían algo en común: Habilidades sobresalientes, pureza de sangre, y sobre todo, una cuasi-divina apariencia.
El emperador sonrió mientras observaba las joyas que él mismo había escogido. Esas joyas le traerían su más grande logro, sellar a Aktail y así convertirse en el emperador más reconocido y famoso de la historia.
Y una vez obtuviese la más radiante joya azul… él mismo dejaría en las sombras sus propias carencias.
N/T: La dicha joya azul se refiere a Aktail.
No obstante, una piedra burda se escabulló entre sus joyas.
Esta piedra no estaba originalmente en los planes del emperador.
Con ayuda de un caballero bastante rudo y vulgar, me embarqué en un viaje de carruaje hasta llegar a la extravagante sala de estar del marqués Kaitz. Me dediqué a observar en completo silencio a la taza de té que ya se habría enfriado mientras me hallaba esperando al dueño de dicha mansión.
—¿Me permitiría rellenar su taza?
Negué con mi cabeza ante la cautelosa pregunta de la sirvienta. Era más que claro que se volvería a enfriar incluso si lo hacía, puesto que Leonif no daba señales de presentarse.
—Por favor, sea paciente. El joven marqués llegará un poco tarde debido a inconvenientes en su trabajo.
Tras decir eso, la sirviente me lanzó una pequeña y sutil mirada. Le sonreí diciéndole que no se preocupara; sin embargo, lo que mostraba mi rostro no encajaba para nada con mis palabras. De seguro era algo de importancia lo que estaba haciendo, ya que los papeles que firmé fueron lo primero que se llevaron apenas la tinta se secó, a pesar de que me dejaron esperando todo este tiempo en la misma sala de estar.
“No entiendo qué está sucediendo, pero lo mejor será que me vaya”. Quería marcharme y terminar todo lo que tenía pendiente para largarme de la capital. Lo único que tenía espacio en mi mente justo ahora eran mis siguientes pasos y acciones. A estas alturas ya tendría que estar preparando mi viaje hacia la Aldea Yorkben. Había un caos en mi cabeza en este preciso momento.
Tras lo que pareció una eternidad, el joven marqués apareció justo cuando estaba a punto de pedirle a la sirviente que rellenase mi taza.
Leonif Kaitz. Su rizado y sedoso cabello, acompañado de sus ojos grises oscuros, siempre hacía que de cierto modo le hallara similitud con una oveja. Sus vivaces pasos resonaron de la misma manera como la primera vez que él entró a la capital tras haber sellado a Aktail.
—¡Cornelia!
—…Leonif.
—Perdón por la tardanza, mi padre necesitaba de mí. Estuviste esperando mucho tiempo, ¿no?
Se sentó frente a mí mientras me sonreía inocentemente, como ya era tradición en él. Tras que la sirvienta llegase con el té, le sirvió una taza a él con sumo cuidado. Leonif me ofrecería una taza de té en tanto exhibía su característica vestimenta de héroe de color blanco.
—¡Pruébalo! Ah, no, ya lo probaste antes. ¿Qué te pareció su sabor? Está hecho con las finas hojas de té provenientes de Leah. En lo personal, me encanta su aroma taciturno, ya que relaja tu mente y cuerpo. Mi madre le ha tomado un especial regusto.
Cerró sus ojos a medida que saboreaba dicha esencia. El solo ver su tez relajada hizo que mi ceño se frunciera. Me convocaron aquí sin siquiera saber el porqué. Miré la taza de té y la ignoré mientras dirigí mi mirada hacia él antes de hablarle.
—¿Me necesitabas para algo? Quería marcharme lo más pronto posible, ya que tengo mucho trabajo por hacer.
—Mi querida Cornelia. No seas amiga de la prisa. Todavía no han llegado mis invitados.
“¿Invitados? ¿A quién más mandaste a llamar?” Sin poder preguntar más, las puertas de la sala de estar se abrieron de par en par en cuanto los invitados entraron. Eran los demás héroes.
—¡Te lo dije! ¡Ellos ya estaban aquí desde antes! ¡Ha pasado tiempo, Cornellia!
La mujer que entró corriendo para abrazarme era una de los héroes, Feriel, la guía. Su dulce fragancia inundó mis fosas nasales. Detrás de ella estaba Lucen. El trío portaba el mismo uniforme que Debron vestía. Mi mirada se posó inconscientemente sobre mis antiguos camaradas.
“Pensándolo bien… esta es la primera vez que los veo cara a cara tras llegar a la capital.” No, ya sucedió con anterioridad. “¿Acaso no me los encontré cuando estaba comprándole comida a mi abuela?”
Sin darme cuenta de mis acciones, me hallaría buscando a Debron con mi mirada ceñida sobre las puertas mientras trataba de rememorar esa reunión pasada.
“¿Tal vez no ha llegado todavía? ¿Quizás se le hizo tarde?” Él también debería estar aquí, puesto que Leonif invitó a todos los héroes. Lastimosamente, contrario a mis expectativas, noté cómo la sirviente cerró las puertas en cuanto Lucen se sentó sobre un sofá cercano. Internamente dejé escapar un suspiro afligido.
Ni siquiera se tomó la molestia de venir…
¡Para!
Aparté mi vista de las puertas, sorprendida. Estaba irritada conmigo por pensar en él. Después de dos años, la costumbre de desear estar junto a él seguía en mis adentros.
Quizás pensando que estaba molesta por ella, pude ver cómo Feriel sujetó mi mano con lágrimas en sus ojos. Esos ojos de un rosa pálido me mirarían con un mar de lágrimas en los mismos.
—Lo siento… de verdad lo siento, Cornelia. Perdóname, por favor.
Lo único que Feriel consiguió de mí con sus incesantes murmullos fue un simple parpadeo.
“¿De qué te estás disculpando?” No tenía ni la más mínima idea de por qué lo hacía.
—…Perdóname por no asistir al funeral de la abuela Hibi. Recibí tu carta, pero no pude asistir porque tenía algo urgente que hacer.
“Ah, ese era el porqué.”
—No te preocupes.
Miré a Feriel y a todos los demás y sonreí mientras el velo negro me tapaba el rostro.
—¿Estuvieron ocupados, cierto?
Todos ellos fueron convocados al Festival de Aktail para dar sus discursos y reclamar su gloria. Al mismo tiempo que lancé mi pregunta, cada uno de ellos frunció el ceño y guardó silencio. La gentil Feriel se mordió sus labios; Leonif colocó su taza sobre la mesa y Lucen… quien estaba a su lado, me observó para luego gritar con severidad.
—Deja de ser sarcástica y dilo de una vez. ¡Acepta que estás decepcionada porque ninguno de nosotros asistió!
—¡Lucen!
—…Fuiste demasiado duro, Lucen.
Aunque todos lo observaron sin reservas, él todavía tenía su mirada puesta en mí.
“¿Pero qué demonios le sucede?” No lo entiendo para nada.
—No era mi intención sonar sarcástica.
Parpadeé muy lentamente.
“Desearía poder serlo. Realmente quiero hablarles con sarcasmo.”
Ni siquiera tenía las ganas de hacerlo; sabía que el sarcasmo no era lo que necesitaba. Por más que lo pensase, ya no consideraba que fuera una opción. Me detuve para ver a cada uno y así hablar en el tono más calmado que pude reunir.
—No estoy decepcionada de ninguno de ustedes.
Por cada segundo, minuto y hora desde que llegué a la capital, me percaté de que las pocas expectativas que guardaba en mi corazón se desintegran lentamente. Mi abuela deseaba verlos a cada uno de ellos, pero lo único que obtuvo como respuesta es que estaban ocupados. Feriel y Leonif me enviaron regalos a modo de disculpa; sin embargo, esos regalos me molestaron todavía más porque me fueron dados por lástima. Al pasar del tiempo les mandé una carta que no obtuvo respuesta. Y en algunas ocasiones, las cartas regresaron a mí. La situación escaló al punto en que incluso la sirviente que trajo las cartas me consoló como si yo estuviera hecha de cristal. Hasta que llegó ese día que nos encontramos por casualidad en la calle.
—No te conocemos.
Fingieron no conocerme cuando estaba llevándole comida a mi abuela. Cuando recordaba ese momento, solo podía reír con amargura. Las miradas de ignorancia que recibí esa noche se grabaron profundamente en mi corazón. El ser ignorada, aislada y todavía callarme mis súplicas por ayuda… El saber que, incluso si extendía mi mano, no habría nadie que la tomase.
Desde entonces habían pasado dos años. A las malas aprendí que ese tiempo era suficiente para recuperarse del cansancio y la tristeza.
Llegué a la conclusión de que ninguno de los héroes asistiría cuando comenzase el funeral de mi abuela. Las cartas que les mandé a mis camaradas de los últimos días de mi abuela fueron enviadas sin expectativas.
… Debron fue la excepción.
—¿Eso era todo lo que iban a decirme? Entonces procedo a marcharme. Tengo mucho que hacer.
—Cornelia.
Justo cuando me dirigí hacia la salida, pude sentir cómo Leonif se acercó para detenerme.
—Espera. Nosotros no hemos terminado, ¿o planeabas irte con solo haber escuchado las quejas de Lucen?
Lo observé en tanto él se reía con su mano sobre mi muñeca. Habló muy rápidamente, seguramente pensando que apartaría su mano a la fuerza.
—La abuela Hibi nos ayudó de corazón. Tomó una buena cantidad de tiempo, pero ya está todo resuelto. En nombre de todos nosotros, haremos que sea consagrada en el templo principal.
El templo principal… Al escuchar esas palabras no pude evitar abrir mis ojos del asombro. Únicamente a los nobles se les permitía ser enterrados ahí. E incluso no era cualquiera el que podía dejar sus restos ahí. La única posibilidad de que se te concediera ese honor era por una gran contribución. Y aun cuando se llenasen los requisitos necesarios, todavía tendrías que pagar una inmensa donación.
“Incluso le concedieron a mi abuela un honor que ninguna persona corriente podría llegar a aspirar.”
—Esto fue posible gracias a ti, Cornelia.
—Nosotros pagaremos la donación. No nos importa lo que los sacerdotes y nobles nos reclamen; los detendremos. Los héroes ya probaron su valía, ¿quién tendría el valor de decirnos que no?
Leonif me miró gentilmente. Desde atrás pude notar cómo Feriel me sonreía muy feliz, y Lucen… él simplemente nos lanzó una mirada afilada llena de desaprobación.
Ja… Solté una risa silenciosa mientras los miraba. Los rostros de Feriel y Leonif sonrieron al verme, probablemente porque pensaron que aceptaría. No obstante, solo fue un fugaz momento.
—No, dejémoslo hasta aquí. Soy una plebeya de todas formas.
Así estaba bien. Los únicos que podían disfrutar de ese lujo eran los nobles. No podría ver a los ojos a mi abuela si la enterrase ahí.
“No pidas lo imposible, eres una plebeya.”
“No eres digna porque eres una plebeya.
Sentía que era demasiado para mí, ya que había vivido con esas palabras impregnadas en mi mente. De por sí, fueron los que estaban frente a mí los que me lo repetían constantemente.
Tras decir eso, aparté la mano de Leonif que sujetaba mi muñeca. Leonif estaba visiblemente sorprendido; no sabría decir si fue porque los rechacé o porque aparté su mano.
—Antes de que lo olvide…
Antes de abandonar la sala de estar, me giré y les dediqué un vistazo a todos. Hoy era el último día del festival de Aktail. Quizás porque todos habían venido tras decir sus discursos, pero todos llevaban puesto los mismos uniformes blancos. El uniforme que fue confeccionado para ellos estaba intacto, sin ninguna pizca de suciedad. Inclusive parecían brillar más debido a las prendas de luto que yo llevaba.
—Se ven bien con ese uniforme.
Les sonreí por primera vez desde que llevaba puesto el velo. Al escuchar mis palabras, la mirada de todos decayó ligeramente, dado que tal vez estaban comparando mi vestimenta contra la suya.
—Lo digo en serio.
Dejando esas palabras al aire, cierta mujer vestida de negro; se marchó de la sala.
Traductor/a: Zarferas
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