Cap: 4
El cielo ya estaría teñido de color rojo proveniente del atardecer para cuando abandoné la mansión del marqués. Cuando recién llegué, el sol estaba en su punto más álgido. Pensando en ello, suspiré profundamente.
«Tengo demasiado trabajo por hacer». No me gustaba perder el tiempo innecesariamente. La reunión en sí fue breve, pero el tiempo que pasé esperando a Leonif y los demás fue tanto largo como extenuante. Lo peor de todo es que solo fue para escuchar puras palabrerías. Quería partir a la aldea de Yorkben lo antes posible, pero todavía tenía algo pendiente por hacer.
«Debo volver a la mansión del duque y finalizar mi trabajo».
Viajé lentamente bajo aquel cielo escarlata. A medida que el atardecer se cernía detrás de la enorme muralla que protegía la fortaleza, pude notar cómo las banderas de Aktail y los héroes comenzaron a iluminarse una por una. Los transeúntes que caminaban por la acera apresuraron su paso. Era el último día del Festival de Aktail, por lo que el distrito comercial estaba más animado de lo normal; no obstante, la plaza por la que caminé estaba casi vacía. Los únicos testigos de lo que sucedió fueron los rastros dejados en el festival, tales como el escenario vacío, las flores desperdigadas y las banderas que adornaban las calles con su izar.
Ignoré todo ello y me apresuré porque de todos modos nada de eso me incumbía. En mi cabeza, ya tendría orquestado todo lo que debía hacer y lo que necesitaba llevar a cabo.
«Probablemente ya para pasado mañana estaré en casa, dado que para ese momento habré terminado lo que me faltaba hacer fuera de la mansión».
¿Cómo estarán la tía Percy y la tía Marge? Ellas siempre me llevaban comida. También tenía ganas de ver al tío Bill. ¿El pequeño Isaac habrá crecido? Muy seguramente ya me ha de haber superado en altura para este tiempo. ¿Y Adele? Ella quería conocer la capital, pero me negué fervientemente a llevarla conmigo. Con cada paso mío recordaba a los aldeanos que valoraban y apreciaban a mi abuela y a mí. Una sonrisa se extendió en mi rostro de solo recordar sus rostros de felicidad cuando me fui a la capital.
—No tienes que sentirte diferente, eres un héroe al igual que los demás».
Los aldeanos ya sabían nuestras identidades debido a que todos nosotros nos quedamos en esa aldea por un largo período de tiempo. Por eso, ellos se despidieron de nosotros el día que me fui a la capital con mi abuela. Me llamaron héroe y me felicitaron sinceramente. Adele, que siempre estaba a mi lado, me hizo una corona de flores con su rostro empapado en lágrimas. Ella juntó flores del campo y me las entregó de la misma manera que yo lo hice la primera vez que llegamos a la aldea. Me percaté de que Adele había confeccionado la corona con suma delicadeza al ver las yemas de sus dedos manchadas de un tono verde y restos de hojas.
—Cornelia, te voy a extrañar mucho…
Jamás pude decirle la verdad a Adele, y mucho menos delante de los aldeanos que sonreían sinceramente.
—Ngh… ¡Les prometo que volveré!
Lo único que pude hacer fue sonreírles.
—¿Ooh?
Un borracho me devolvió a la realidad cuando me hallé inmersa en esos placenteros recuerdos. El borracho me señaló muy vulgarmente y se acercó a mí con paso tambaleante. No fue hasta que el hombre se acercó lo suficiente que pude reconocer quién era. Él fue uno de los hombres que se había reído de mí cuando estuve en el templo. Creo que su nombre era… Simon. Cerré mis ojos al recordar lo desagradable que había sido.
¿Cuánto más habrá bebido desde entonces? El hedor a alcohol invadió mi nariz cuando el hombre se me acercó. Aunque era más adecuado decir que se había caído en un barril lleno de licor debido a su pestilente aroma.
—Eresh… essha plebeya, ¿cierto?
Retrocediendo un poco, fruncí el ceño por su forma de hablar. A pesar de haber retrocedido, el borracho se levantó y me sujetó fuertemente de la muñeca.
—No te vayas~… háblame de ti, ¿sí? ¿Cómo te ganaste la confianza del duque Astorf? Dímelo y te juro que lo mantendré en secreto~.
El borracho me miró burlonamente mientras sonreía. Era demasiado obvio que me quería provocar.
—¡Hip! El du-… Astorf es conocido por ser pedante. Ni siquiera… me le pude acercar…
«Ah, así que tú eras del que habló el duque Astorf…»
El duque Astorf tenía tan pocas interacciones con otras familias al punto en que se convirtió en el cotilleo diario de las damas nobles. Me llamaban la debilidad del duque. Era la mancha del hombre al que envidiaban y anhelaban, esa que deseaban apartar del lado del duque a cualquier costo.
«Fue por eso mismo que yo fui la más criticada». De solo pensarlo sentía cómo mis parpados se estremecían. Al final, no pude evitar morderme el labio.
—Uh-huh, ¿Estás llorando? ¿Eh? ¿Acaso tendré el deleite de ver llorar a una plebeya?
Puesto que no respondí, el hombre se rió para sí mismo para luego inclinarse frente a mí. Tras ello, extendió su mano e intentó quitarme el velo.
—Le daré un buen vistazo al rostro que sedujo al duque… ¡Aghhh!
En el momento en que la mano del hombre tocó mi velo, le di una fuerte chachetada en su mejilla. Se oyó un estruendoso golpe y el hombre cayó violentamente contra el suelo. Me sequé las lágrimas que salían de mis cuencas para luego darle una patada cerca de la rodilla. El grito del hombre resonó mientras rodaba por el suelo, ese berrinche me recordó al sonido que hacían los cerdos sacrificados en el festival Yorkben.
«De seguro no esperaba que me rebelase. No, simplemente consideró que igual ganaría si en dado caso lo hacía». Sin embargo, fue fácil someter a un borracho desprevenido con las pocas artes marciales que había aprendido durante mi pasada y larga travesía.
—Pequeña hija de… Si le cuento esto a todo el mundo, ¡no! ¡Iré a la mansión del duque para contarle lo que me hiciste…!
No le permití hablar. Aunque esta vez fue porque le cogí del brazo y se lo retorcí fuertemente. Gritos similares a los de un cerdo se extendieron por la plaza nuevamente. Alcé mi pie y pisé el cuerpo del borracho en cuanto comenzó a luchar por levantarse. Un escalofrío intenso recorrió mi espina dorsal al sentir su piel siendo aplastada por mi pie.
—¡Aargghh! ¡Maldita plebeya!
—Perfecto, ve y díselo.
Observé fijamente al borracho tirado en el suelo a través del velo para luego señalarle el centro de la ciudad todavía iluminado.
—Ve allí y grita: «¡Una plebeya me dio una tunda, esa a la que llaman la mujer del duque!»
Una plebeya, pero sobre todo, una mujer. Aunque atrajese la atención de la gente, lo único que encontrarían sería a mí vestida en ropas de luto.
—¿Qué crees que la gente pensará de la situación?
Un borracho que se cayó y gritó tras haber coqueteado con una mujer que pasaba por allí para luego montar un escándalo a altas horas de la tarde. Eso era lo que se imaginarían. A esta hora los guardias de seguridad estarían más que exhaustos, y para colmo se verían perturbados por un borracho. Era más que claro de qué lado se pondrían. No conforme con lo que le había hecho, le di otra cachetada. Solo entonces el hombre se vio abrumado al darse cuenta de la situación en la que se encontraba. Su rostro palideció al instante, a pesar de que ya estaba colorado por el alcohol. Sus palabras fueron más fluidas al sentirse avergonzado y adolorido.
—Oh… Yo… solo sentí curiosidad.
En vano, el hombre debajo de mí trató de escabullirse retorciéndose compulsivamente. Porque desde antes yo había puesto todo mi peso en mi pie.
—¡Kugh! ¡Ahhhh! Haré como que no ocurrió nada. Tampoco le mencionaré al duque Astorf que me atacaste. No se lo diré a nadie. Así que por favor… déjame irme…
—¿Cuántas veces más debo repetírtelo?
Sonreí con dolor mientras le di una mirada final al hombre.
—Ya no me importa lo que piense de mí el duque Astorf.
—¿Y? ¿Nos quedaremos sin hacer nada?
En cuanto Cornelia abandonó la mansión, Lucen posó su mirada irritada sobre los demás.
—¿Permitirán que Cornelia se marche de la capital?
Nadie respondió a su pregunta. Lucen estalló ante ese silencio, seguido de darle una patada al mueble que tenía más cerca. Dejando tras de sí nada más que un estruendo, el jarrón que yacía sobre el mismo se rompió debido al impacto. Lucen se arregló el cabello con la mano y exclamó con más intensidad.
—¿Cómo carajos pueden estar tranquilos?! ¿Cuánto tiempo creen que tuvimos a la abuela Hibi encerrada y vigilada para que no nos incriminara? ¡¿De verdad creen que ella no dirá nada?! ¡Por un demonio! Organizamos todo esto pensando que aceptaría para mantenerla silenciada. ¡No entiendo cómo nos pudo rechazar con la excusa barata de que es una plebeya!
—¡Prácticamente estás diciendo que tuvimos de rehén a la abuela Hibi!
Lucen levantó una ceja mientras sonreía al escuchar a Feriel.
—¿Acaso no la mantuvimos cerca para que Cornelia no hablase? Feriel, ¿no eres tú la que más desesperada debería estar? Tú eres la que estará en peor posición si se llega a descubrir que Cornelia fue la verdadera guía… ¿Tantas ganas tienes de perder la credibilidad de tu familia?
—…No, pero…
Feriel bajó su cabeza y se calló. Las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos rosados. Lucen la miró fijamente y jadeó severamente.
—¡Yo también estoy en un gran aprieto! Mierda… ¡Logré vencer a mi hermana mayor de milagro y así me uní a los héroes…! ¡Esto no debería estar pasándome!
Lucen no paró de suspirar tras decir eso. Ese cabello azul suyo que tanto cuidaba estaba despeinado en este preciso momento. Sus ojos negros parecían casi irradiar ira pura.
—Dudo mucho que Cornelia nos delate. ¿Por qué aborreces tanto a Cornelia? Independientemente de lo que hagamos, ella no…
—Ja, ¿de verdad esperas que Cornelia se quede callada? Eres demasiado ingenua.
Lucen la miró con ira tras interrumpir estrepitosamente la crítica entre lágrimas de Feriel. Una sonrisa burlesca se dibujó en sus labios con la obvia intención de desmeritar el razonamiento de Feriel.
—Ella perdió su posición como héroe y vivió como vagabunda durante dos años ¿Siquiera han contado la cantidad de veces que rechazamos las peticiones de Cornelia e ignorado sus cartas?
Cuando Cornelia llegó por primera vez a la capital, siguió escribiendo cartas a Feriel, Lucen y Leonif. Jamás lo hizo por rencor. Ella era muy inocente en varios aspectos.
«La abuela los extraña mucho. Sé que están muy ocupados, pero me gustaría que por favor visiten a la abuela. Yo también los extraño».
Al inicio, cuando Cornelia perdió su posición como héroe, había llorado con mucha ira en su interior. Pero muy lentamente se fue acostumbrando a esa desdicha y decidió centrarse en la enfermedad de su abuela, la cual perdía su salud gradualmente. Ella ya había perdido toda expectativa cuando mandó esas cartas.
Era muy complicado pensar que alguien pudiera perdonar, semejante acto. Ella no era la excepción.
Traductor: Zarferas
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