Capítulo 12: La Sonata del Segador de Almas
Miré hacia la fuente de la voz y vi a dos estudiantes universitarias. Una de ellas era algo rellenita y la otra delgada. La que hablaba era la delgada. Aún hacía pucheros y las lágrimas no dejaban de brotar de sus ojos.
Huang Xiaotao se acercó a ellas y preguntó:
—¿Conocías al fallecido?
La chica delgada rompió en llanto aún más intensamente al oír la pregunta.
—¡Por supuesto que sí! —explicó la chica rellenita—. ¡Fangfang ha estado saliendo con Zhang Kai durante dos años!
La chica delgada estaba devastada; parecía que en cualquier momento iba a perder el control, así que Xiaotao ordenó que trajeran una silla para que pudiera sentarse y calmarse. Sin embargo, la chica se negó a sentarse, así que esperamos a que dejara de llorar.
—¿Cuándo fue la última vez que viste al fallecido? —preguntó Xiaotao.
—Anoche estuvimos los cuatro juntos —dijo la chica delgada. Pronto, las lágrimas volvieron a correrle por las mejillas—. ¡Pero sé con certeza que fue un fantasma quién lo mató!
Y así, empezó a relatar los hechos de la noche anterior:
La chica se llamaba Fangfang, su amiga rellenita se llamaba Tiantian, y el fallecido era Zhang Kai. Había otro chico también, llamado Deng Chao. Los cuatro eran un grupo muy unido que siempre salía junto.
Recientemente, Deng Chao había ganado una beca en la universidad, así que invitó a los otros tres a una gran cena de celebración. Todos bebieron alcohol durante la comida y la conversación se volvió bastante animada. Por alguna razón, comenzaron a hablar del edificio abandonado y embrujado del campus.
Según las leyendas, una chica popular de la universidad había muerto allí hacía diez años. Su cuerpo fue cortado en pedazos y escondido dentro de un piano. Desde entonces, en las horas más silenciosas de la noche, siempre se oía música de piano escalofriante proveniente del edificio.
Quienes sabían de música clásica reconocían que se trataba de la Sonata Claro de Luna de Beethoven —¡la pieza favorita de la chica asesinada!
Una vez, un guardia de seguridad entró al edificio con una linterna para investigar la fuente del sonido. Pero minutos después, un grito desgarrador resonó por medio campus, y desde entonces perdió la cordura, repitiendo únicamente: “Un fantasma está tocando el piano. Un fantasma está tocando el piano.”
Poco después, la universidad encontró una excusa para sellar el edificio y abandonarlo, aunque todos sabían que era por los sucesos paranormales.
Como suele decirse, los hombres se vuelven valientes con vino en el cuerpo. Zhang Kai y Deng Chao se emborracharon y apostaron: si Deng Chao se atrevía a ir al edificio embrujado, Zhang Kai le daría cinco mil yuanes.
Así, los cuatro se aventuraron al viejo edificio. Incluso encontraron el piano exacto donde se decía que se habían escondido los restos de la chica. Deng Chao, orgulloso, exigió el dinero, pero Zhang Kai se negó, diciendo que sólo valdría si pasaba la noche entera allí.
Deng Chao, terco y obstinado, aceptó, pese a las súplicas de las chicas. Nada logró disuadirlo, así que lo dejaron solo.
Pero apenas salieron del salón de música, comenzó a sonar esa aterradora melodía —¡la Sonata Claro de Luna! Corrieron de regreso y vieron a un fantasma de cabello largo sentado frente al piano, tocando, mientras Deng Chao estaba parado al lado, con la mirada perdida. Zhang Kai intentó alcanzarlo, pero algo lo detuvo.
La sala estaba llena de cuerdas de piano flotando en el aire como si fueran los cabellos del fantasma.
Cuando la última nota de la sonata se desvaneció, el cuerpo de Deng Chao tembló… y su cabeza rodó por el suelo. Los tres huyeron despavoridos.
Las dos chicas estaban tan aterradas que se encerraron bajo las sábanas toda la noche. Esta mañana, cuando iban a denunciar el hecho, se enteraron de que había aparecido un cadáver en el campus.
Pensaron que sería el de Deng Chao, pero para su horror, era Zhang Kai —¡colgado de un árbol!
Fangfang casi se desmaya. Y al ver cómo descubrí huellas de manos femeninas en el cuerpo de Zhang Kai, se convenció de que fue el fantasma quien lo obligó a suicidarse. Había oído de una senior que cualquiera que interrumpiera la interpretación de la Sonata Claro de Luna sufriría un destino terrible.
Fangfang hizo una pausa y luego dijo:
—Primero fue Deng Chao, luego Zhang Kai. ¡Ahora vendrá por Tiantian y por mí! ¡No hay escapatoria! ¡No hay escapatoria…! —Y volvió a llorar, mientras Tiantian le daba palmaditas en la espalda para consolarla.
Estábamos todos sin palabras. Un simple suicidio se había transformado en un caso tan misterioso y escalofriante.
—¿Estás segura de que viste al fantasma decapitar a tu amigo con tus propios ojos? —preguntó Huang Xiaotao.
—¡Sí! —afirmó Fangfang, asintiendo con fuerza.
—¿Crees que el cuerpo de Deng Chao aún está en el edificio?
—¡Sí, debe seguir allí!
—Song Yang —dijo Huang Xiaotao, volviéndose hacia mí—, vamos a registrar ese lugar.
—¿Puedo ir también? —preguntó Dalí.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Xiaotao sin rodeos.
—M–Mi nombre es Wang Dalí. Eh… soy el…
—¡Asistente! —terminé la frase, dándole un codazo.
—¡Sí, eso! —dijo Dalí—. ¡Soy su asistente! ¡No puede ir a ningún lado sin mí! ¡No puede estar un segundo sin tenerme cerca!
No podía creer lo fácil que le salían las mentiras egocéntricas a este idiota. Secretamente esperaba que Xiaotao no pensara que éramos pareja.
—Bueno, está bien —dijo Huang Xiaotao—. Puedes venir. Pero si quieren participar en este caso, deben seguir mis reglas.
—Está bien —dije, asintiendo—. ¿Cuáles son?
—Tres reglas —comenzó Xiaotao—. Uno: hasta resolver el caso, no pueden decirle a nadie que están involucrados. Dos: no pueden divulgar ningún avance, ni siquiera a otros oficiales. Y tres: ¡no pueden ocultarme ninguna pista! ¿Entendido?
—¡Sí, señora! —respondió el idiota de Wang Dali imitando a los policías de películas de Hong Kong.
Al principio pensé que esta mujer era mandona. Pero viéndolo desde su perspectiva, tenía sentido. Nosotros éramos civiles que nos metimos de repente, y ella era la responsable. Si algo salía mal, la culpa sería suya.
Además, la idea de participar en una investigación criminal me emocionaba mucho. Tenía conocimientos teóricos gracias a mi abuelo y mis lecturas, pero nunca tuve la oportunidad de aplicarlos.
Huang Xiaotao organizó una breve reunión con algunos de sus oficiales y luego tomó las declaraciones oficiales de las dos chicas. Mientras tanto, decidí volver a examinar el cadáver.
Dalí, por su parte, no conocía a nadie allí, así que me siguió como un perrito fiel.
Jamás había visto a Dalí callado por más de unos segundos —excepto cuando dormía—, así que, incluso mientras trabajaba, él seguía parloteando a mi lado. Mientras yo tocaba suavemente las costillas del cadáver y apoyaba el oído sobre el pecho, tratando de escuchar a través de la bolsa mortuoria, él no paraba de hablar. ¿Deberíamos buscar ayuda de otro amigo? ¿Nos darían almuerzo gratis por trabajar con la policía? ¿Y acaso Huang Xiaotao estaba soltera? Me sorprendía cuánto podía hablar sin decir absolutamente nada útil.
Lo fulminé con la mirada y me llevé los dedos a los labios en señal de silencio. Por suerte, entendió y cooperó.
Seguí golpeando el cuerpo suavemente con los dedos y escuchando con atención el sonido que producía en el abdomen. Luego giré el cadáver y repetí el proceso, esta vez golpeando la columna.
—¿Q–Qué estás revisando? —preguntó Dalí, nervioso—. ¿Su pulso?
—Lo escuché decir: “Ayúdame a vengar mi muerte…” ¿Quieres oírlo tú?
—¡No, no, no, no, mejor no! —respondió Dalí, agitando las manos frenéticamente—. ¡Te dejo eso a ti!
Lo que en realidad hacía era una técnica secreta de la familia Song que aprendí en el libro Crónicas de los Grandes Magistrados. Se llama eco de órganos, y consiste en golpear las costillas y la columna del cadáver y escuchar el eco que produce en el vientre. Como los murciélagos con la ecolocación, el sonido del eco revela información valiosísima sobre el estado y la posición de los órganos internos, lo cual es muy útil para resolver un caso.
Por el sonido producido, calculé que la hora de muerte fue hace unas siete u ocho horas; había signos de contracción pulmonar y desgarros en los nervios espinales. La causa de muerte: asfixia. Ya sabía esto, pero quería comprobarlo una vez más. El abuelo siempre me decía que debía ver con mis propios ojos y oír con mis propios oídos antes de sacar una conclusión. Sólo así podría convertirme en un buen forense.
Cuando terminé, abrí la bolsa y examiné la mano derecha del fallecido. Había notado antes una pequeña herida en el dorso. Incluso había un resto de pegamento, como de una curita. Probablemente, el Doctor Qin la había quitado.
La primera vez no la observé de cerca. Pero ahora, al reexaminar la herida, me di cuenta de que fue hecha por un objeto afilado. ¿Podría ser la cuerda de piano de la que hablaron las chicas?
Puse la mano frente a mis ojos. Cerré los ojos por unos segundos y luego los abrí, activando mi Visión de Cueva para examinar la herida con el mayor detalle posible.
Había olvidado que Dalí estaba a mi lado y vio todo. Se sobresaltó tanto que cayó de espaldas.
—¡Yuang! —exclamó—. ¿Qué pasa con tus ojos? ¡Vi un destello rojo! ¿Estás cansado? ¿Te traigo unas gotas para los ojos?
—Déjame en paz —le dije, riendo—. No me distraigas.
Observé aún más de cerca. Todo el dorso de la mano se amplificó hasta ver los poros y los detalles de la herida. Vi que estaba llena de partículas diminutas, de un rojo oxidado.
Ahora estaba claro que el objeto que causó la herida probablemente era de metal; si fue una cuerda de piano, tenía sentido que dejara partículas de óxido.
Pero lo que me desconcertaba era la profundidad de la herida: era más profunda en un extremo que en el otro. Por la posición de la herida y la dirección de la incisión, ¡parecía que el fallecido se la había hecho él mismo!
Traducido por: Mel
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