Capítulo 13: La Superintendente de Primera Clase Huang Xiaotao
Huang Xiaotao terminó sus llamadas telefónicas y se volvió hacia mí para preguntar:
—¿Y bien? ¿Descubriste algo nuevo?
Negué con la cabeza. Huang llamó a algunos oficiales para prepararse y registrar el edificio abandonado, pero antes de partir, se me ocurrió algo. Me quedé mirando el lago artificial mientras la esperaba. Ella notó mi expresión y me preguntó qué pasaba.
—¿Podrías enviar a alguien a registrar el lago? —le sugerí.
—¿Por qué? —preguntó, arqueando una ceja—. ¿Crees que hay algo allí? ¿Estás seguro?
—Bueno, según mi razonamiento —expliqué—, si el asesino logró colgar el cuerpo de la víctima sin dejar rastros de forcejeo, eso significa que probablemente lo drogó primero. Pero Zhang Kai pesa al menos unos 60 kilos. Levantarlo no es tarea fácil, incluso para alguien fuerte. Y además, quien lo hizo se aseguró de no dejar rasguños ni marcas visibles. ¿Por qué tomarse tantas molestias? Si el objetivo era simular un suicidio, ¿no habría sido más sencillo tirarlo al lago? Menos esfuerzo, menos riesgo. El hecho de que no lo hicieran me lleva a pensar que hay algo en el lago que el asesino no quería que la policía encontrara al recuperar el cuerpo.
—Tienes un punto —admitió Huang Xiaotao—. ¿Cómo no se me ocurrió? ¡Eres muy perspicaz, Song Yang! ¿Qué estás estudiando?
—Electrónica —respondió Dalí antes de que pudiera hablar—. Pero nuestro chico Yang tiene un hobby especial: se devora todos los libros de criminología y ciencias forenses que encuentra.
Me incomodó de inmediato que dijera nuestro chico Yang, así que instintivamente me alejé un poco de él.
—¡Qué desperdicio de talento sería si no te unes a la policía! —exclamó ella—. Voy a contactar con la central ahora mismo para que envíen un equipo al lago.
Huang Xiaotao ordenó que algunos oficiales se quedaran en la escena del crimen y que el resto nos acompañara al edificio abandonado. Hizo una llamada durante el camino. En ese momento no vestía uniforme, así que no pude deducir su rango exacto.
—Pareces tener autoridad sobre los demás oficiales —le comenté—. ¿Qué rango tienes en realidad?
Entonces me mostró su placa, en la que estaba escrito: Superintendente de Primera Clase. Al escanear rápidamente la credencial, vi también su número de identificación… y su edad: ¡solo 24 años! Supuse que debía tener algún tipo de conexión familiar, o bien, había logrado alguna hazaña importante para alcanzar tal rango siendo tan joven.
—Xiaotao—intervino Dalí, buscando hacer conexión con ella—, eres tan joven y ya Superintendente de Primera Clase… ¿Qué tan alto es ese rango?
—No es tan alto —respondió Huang Xiaotao, riendo.
Dalí se volvió hacia mí y me susurró:
—Oye, ¿qué tan alto es ese rango?
Le expliqué que en la policía había cinco rangos principales: Agente, Superintendente, Supervisor, Comisario, y finalmente, el Comisario General. Si bien el rango de Superintendente no era de los más altos, para alguien recién egresado de la academia, Huang Xiaotao claramente había ascendido a una velocidad sorprendente.
Pronto llegamos al edificio abandonado. Rodeado de grandes árboles banyan, su apariencia era oscura y sombría. Todos sentimos un escalofrío en cuanto nos acercamos.
La puerta principal estaba encadenada. Huang Xiaotao ordenó a uno de los oficiales buscar a alguien del campus que pudiera abrirla, pero la detuve con un gesto.
—No hace falta —le dije—. Préstame dos de tus horquillas.
—¿No me digas que sabes abrir cerraduras? —dijo ella, sacándose dos horquillas del pelo.
Enderecé las horquillas, las introduje en la cerradura y, tras un par de giros, la puerta se abrió.
—¡Mierda! —exclamó Dalí, sorprendido—. ¡Cuatro años siendo tu compañero de cuarto y jamás supe que sabías abrir cerraduras!
—Es fácil —respondí—. Te enseño algún día.
La apertura de cerraduras realmente era sencilla. Todos los cerrojos modernos compartían la misma estructura interna. Lo aprendí de mi abuelo durante una enfermedad, cuando estaba aburrido en casa. Me llevó tres horas dominarlo.
—¡Eh, eh, eh! —intervino Huang—. ¡No puedes ir enseñando eso así nomás! Los cerrajeros deben estar registrados en la comisaría, ¿sabes?
—No te preocupes —le respondí—. No usaré esta habilidad para nada malo.
Le devolví las horquillas.
—Mejor quedatelas —dijo—. Soy maniática del orden, y ahora están demasiado sucias para volver a ser parte de mis cosas.
—Entonces debería pagarlas.
—Definitivamente no sabes cómo hablar con chicas —respondió con una carcajada—. Eres lindo, pero no tienes ni idea. Deberías haber dicho algo como: Te las cambio por unas mejores.
Sus palabras dieron justo en el blanco. Me sonrojé de inmediato. Siempre había sido un desastre en cuanto a habilidades sociales.
Pero era evidente que lo decía en broma. Aunque al principio parecía la típica oficial fría y dominante, cuanto más la conocía, más me agradaba.
Wang Dalí no quiso desaprovechar su momento de caballerosidad.
—Xiaotao—dijo con tono meloso—, conozco un local con buenos accesorios para el cabello. Son de calidad y baratos. ¿Te acompaño a comprar unos nuevos?
—No, gracias —le cortó ella, seca.
Dali resopló, derrotado, y se volvió hacia mí.
—Yang —susurró—, fue tan amable contigo, ¿por qué no me presta atención? Mírame, ¡Claramente soy una mezcla entre Daniel Wu y Eddie Peng! ¿Será que no le van los chicos malos?
Miré su cabeza despeinada, más parecida a Eason Chan, y suspiré.
—Quizás no ha entrado en confianza contigo —le dije—. Seguro que mejorará con el tiempo.
—¿Tú crees? —preguntó Dalí, rascándose la cabeza, dudoso.
Subimos al tercer piso, al salón de música. El pasillo tenía una atmósfera indefinible, sombría y lúgubre, incluso cuando afuera brillaba el sol. Parecía el escenario de una película de terror. Lo atribuí al deterioro por los años de abandono.
—¿Qué es esa leyenda del fantasma que toca el piano? —le pregunté a Dalí—. ¿Cómo es que nunca la escuché?
—Yo tampoco la conocía —respondió—. Supongo que es cosa de chicas. Y como no hablábamos con muchas… quizá por eso no sabíamos. Además, no soy de los que creen en fantasmas.
—¿Entonces por qué te escondes detrás mío?
—¡No lo hago! —negó Dalí—. E–Estaba… ¡Atándome los cordones! Por eso me quedé atrás.
Llegamos a una puerta con el letrero Salón de Música 314. Unos oficiales la forzaron, y de inmediato se oyó un grito de horror desde adentro. Entramos apresurados y vimos un cuerpo decapitado tirado en el suelo. La sangre que brotó del cuello cubría casi todo el piso y ya se había coagulado.
Dali soltó un grito ahogado y se escondió tras de mí.
—¡Que nadie toque nada! —ordenó Huang—. ¡Tú! ¡Rodea el edificio! ¡Tú! ¡Empieza a tomar fotos de la escena!
Los oficiales se dispersaron en sus tareas. Huang me entregó un par de guantes de goma y me preguntó:
—¿Puedes con esto?
—Puedo hacer lo que hace un forense —respondí, mirando fijamente el cadáver—. Y algunas cosas que un forense común no puede.
—Bien —asintió ella—. Todo tuyo.
Nos pusimos los guantes, mientras el idiota de Dali seguía aferrado a mis hombros, temblando como una hoja.
—Dali —le dije—, si esto es demasiado para ti, espera afuera.
—¿Acaso crees que dejaría a un amigo como tú lidiar con esto solo? —dijo—. En fin, sé que puedes manejarlo. Estaré justo fuera de la puerta. —Y salió disparado.
—Tu amigo es un payaso —comentó Huang con una sonrisa.
Me arrodillé junto al cadáver para examinarlo de cerca. Por la ropa, parecía un estudiante de unos veinte años. Estaba desplomado boca abajo, en dirección a la puerta, y su cabeza había sido cortada limpiamente a la altura de la cuarta vértebra cervical. Pero eso no bastaba para determinar la causa de muerte.
Huang movió uno de los brazos y dijo:
—La hora de la muerte debería rondar hace unas diez horas.
—¿También sabes eso? —le pregunté, realmente sorprendido.
—Lo he visto tantas veces que al final lo aprendí —respondió—. Mira las manchas de rigor mortis; ya se fusionaron. Y los dedos están rígidos. ¿Eso no indica unas diez horas?
Me dejó impresionado. Por lo visto, ella también leía sobre ciencia forense. Su ascenso probablemente no tuvo nada que ver con conexiones, sino con mérito propio. Mi opinión sobre ella mejoraba con cada segundo.
Luego apoyé el oído sobre la espalda del cadáver y comencé a hacer la Ecolocación de Órganos, golpeando suavemente la columna.
—Si el Doctor Qin estuviera aquí —dije—, llegaría a la misma conclusión que tú.
—¿Eso significa que tenía razón? —preguntó Huang Xiaotao con confianza.
—Lamento decepcionarte —respondí—, pero la hora de la muerte fue hace aproximadamente 48 horas, con un margen de error de menos de dos horas.
—¡Eso es imposible! —exclamó Huang Xiaotao—. ¡El cadáver todavía se ve tan fresco!
—No, no deberías juzgar por las apariencias —dije—. Si no me crees, ¡te lo voy a demostrar!
Dicho esto, me quité los guantes de las manos.
Traducido por: Mel
¡Si quieres enterarte más rápido de las actualizaciones entra al discord, te lo agradecería! ♥
Si encuentas un error, repórtalo ♥
https://discord.gg/pqs73bVCbZ